Mi primer café.

Te miré. Estabas sentada en el escalón de la entrada del edificio frente a mi casa.
Mirabas para adentro del edificio y supe que esperabas a alguien.
La gente pasaba por delante tuyo. Y vos esperabas.
Y yo no dejaba de mirarte.
Sentada, sola.
Parado, solo.
Solos.
Abrí la puerta de calle y me quede parado en el escalón de la entrada.
Seguía mirándote.
Tu pelo negro noche, y tu piel blanca luna mantuvo mis ojos clavados en los tuyos, color café.
No sé si por instinto o por destino, crucé la calle y me detuve frente a vos. No me importaba a quién esperabas.
Me miraste con aroma a café, y con voz de azúcar me saludaste. Tus palabras, una taza caliente de un nectar oscuro y dulce, me erizaron la piel.
Atiné a contestarte para no beber todo de un sólo golpe. Para saborear esas letras una a una, contemplando el cielo sin estrellas de tu pelo, iluminado por la luz de tu piel.
Luego de un par de minutos a tu merced, nos besamos.
Y ya nada fue igual.

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