Día del padre.

Me desperté a las 11:33.
Salí del departamento en el que estaba, me despedí de Horace y me puse en camino.
Ezpeleta no es una zona que conozca mucho, pero confío demasiado en mi memoria como para encomendarme a alguien más para que me guíe.
Sí, soy testarudo. Y?
Me subí al subte C en Avenida de Mayo y viajé puteando a todo aquel que viera con auriculares, por el sólo hecho de olvidar los míos. Justificado? Por supuesto que no. Pero putear a quién sea en momentos de tensión siempre es bueno, no?
Bajé con la multitud en esa megaestación vieja y descuidada. La fila inmensa para sacar un boleto "que después no pide nadie", según otro usuario quejoso, hacía más lánguida la espera.
El tren estaba semi vacío.
Me senté estratégicamente cerca de una chica. Sí, sé lo que están pensando. No me acerqué por eso. Si ustedes disfrutan tanto como yo de escuchar la mitad de una conversación telefónica e imaginarse la otra, por el mero placer de imaginar, de jugar con la realidad... creo que me van a entender.
La conversación se terminó apenas el tren se puso en marcha. Ya no había vuelta atrás.
El viaje fue como me lo acordaba. Durante muchos minutos de los 45 que estuve dentro de ese vagón, discutí conmigo mismo sobre si el viaje había sido más aburrido o más incómodo. Jamás llegué a una conclusión.
En Quilmes bajó la muchacha del teléfono, y en la siguiente me tocaba a mí.
Pensé mucho en qué era lo que iba a suceder a continuación.
Sabía que no me esperaba. Es más, había recibido un llamado el día anterior de Mónica, la mujer con la que vive, pidiéndome que vaya. Lo único que sabía es que si no hubiese recibido ese llamado no hubiese ido porque simplemente a veces suelo ser un cagón.
Entonces llegué y elegí caminar las 20 cuadras para llegar.
Camine por Bogotá y doble en Florida. Recordaba el camino de cuando fui con Vivi, en Febrero. Pero de Febrero a Junio es mucho tiempo y eso es lo que no tuve en cuenta.
El cartel de "Se regalan conegitos" seguía ahí, escrito en tiza celeste. Sí, así, con conejitos con G. Por lo tanto, si el cartel seguía ahí, iba por el camino correcto. Seguí entonces por Florida.
Llegué a Posadas y busqué la casa. Obvio, no la encontré.
Pregunté si lo conocían. Negative, Bravo Four.
"Celular", pensé. "Lo llamo, ya fue". No contaba con que la viveza y las cagadas que se mandó mi vieja meses anteriores, el pobre tipo este no tuvo más remedio que cambiar el número de celular. Y por quincuagésima vez en el año la puteé de arriba a abajo.
Después de dar vueltas y vueltas en ese barrio de casitas iguales, supuse que estaba en la calle equivocada.
Reconociendo lugarcitos de ese territorio ajeno redoblando el esfuerzo mental, encontré el sitio. Faltaba determinar cuál de todas las casitas iguales era la correcta. Agrupadas de dos en dos a lo largo de la vereda, algunas separadas por medianeras, otras que no tenían nada, un par con la división a medio terminar...
"Pff.. qué quilombo. Era la cuarta... creo. Derecha o izquie..."
Gracias a Dios, la hija de Mónica estaba en la puerta, y me sacó del problema.
Me indicó con la mano la puerta correcta, y se metió con la amiga a la casa de al lado, dejándome sólo para hacer lo que había ido a hacer.
La panza se me revolvía. Mis pensamientos no se quedaban atrás. Me quedé petrificado en la entrada de esa casita de dos pisos que amenazaba con comerme. Las palabras de Mónica me resonaban en la cabeza, palabras de afecto, palabras que necesitaba escuchar de alguien que no conocía. Vaya a saber por qué.
Me acerqué, sollozando como ahora que escribo esto. Respiré hondo y golpeé la puerta.
Abrió él. Su cara no sabía si largar esas lágrimas contenidas durante estos meses o si reir de la alegría.
Lo abracé. Y en mi hombro se fue en lágrimas. Como yo ahora.
Por primera vez disfruté de estar con mi viejo. De hacer algo por él. Por los dos.
Por primera vez le pedí perdón. Sinceramente.
Por primera vez le dí un puto beso en la mejilla con sentimiento. Con amor.
Por primera vez me dí cuenta lo mucho que se necesita a un padre.
Ojala algún día leas esto.
Felíz día.