Carta a una amiga.

Hola belle. Perdoname sí me ahorro las introducciones y las preguntas de rigor en una carta. No es que no me interese. Es que tengo tanto para decirte que lo demás es una pérdida de tiempo. Hay cosas que no sabes y quiero que sepas. Y otras tantas que sí sabes pero que me encanta repetirte.
De las que no sabes, quiero empezar por lo que siento cuando te leo. Porque sí, pude volver y volví para quedarme un rato, y la herramienta más verdadera ante la distancia para saber en quién te has convertido en todo este tiempo que no nos vimos, es lo que colgas a diario por acá. Y lo que siento cuando te leo es que solamente cumpliste años. No has cambiado ni un poquito desde que eras una pichoncita de 15... Que difícil, corazón, mantenerte estoica en los principios de los primeros días. Que admirable. La tenacidad de tus palabras, impostada en la Dulzura de tú voz que tampoco ha cambiado me cuenta todo lo que te sucedió y cómo. Porque cuando te leo te veo. Hablando. Hablándome. Gesticulando. Parada. Sentada. Riendo y lo otro. Separado o todo junto. Pero siempre implícito, sutil. Y me muero de angustia porque aunque creciste y sos una mujer ya, yo te veo ahí con tus verdades cayendose de tus labios de niña. Con tus ojos grandes y hundidos y húmedos de lo que te aguantas llorar como una criatura y yo acá tan lejos, conteniendome mis lágrimas y las tuyas, que son las mismas porque sentimos lo mismo y nos duele lo mismo. Y que ganas entonces me invaden de darte un coscorron para que te despabiles, y ahí sí abrazarte fuerte como te lo debo y llorar y hacerte llorar. Llorar los dos como nenes con berrinche, como amigos que se entienden, como adultos que sufren. Y repetirte que te quiero, que te amo y que aunque no esté , siempre voy a estar. Que es lo que ya sabías. Te dejó un ratito sola ahora, aunque no te guste. Es sólo un rato. Para seguir aguantando estas lagrimas hasta el día que nos crucemos de nuevo y saldemos la deuda.