Escribir.

Es un tic voluntario. Un compromiso entre mis dedos y el resto de mí.
Un viejo ritual perdido que volvió de tiempos pasados a coronarse triunfante, generalmente durante mis noches de insomnio.
A veces ni lo espero, por lo que tampoco me reprocha si no me vestí para la ocasión. Quizá sí me invita a fumar un pucho para relajarme mientras veo el humo deshaciéndose a la luz del monitor.
La noche está apagada. La computadora prendida y cara a cara conmigo.
Nos analizamos, nos medimos en silencio. Yo, con mis manos siempre sobre el teclado al borde de desenfundar. Como John Wayne en una de vaqueros.
Y de repente, así de la nada, indios en caballos salen a los piques desde mis neuronas, vuelan por mis terminaciones nerviosas, le roban el sombrero a John Wayne y se adueñan de la pantalla.
Con el galopar de las teclas, el ardor suave de cada pitada y las uñas del perro sobre el parqué, las palabras salen solas.
Un conjuro de sensaciones hechas frases se agolpan unas a otras, apareciendo de a poco a través del vidrio, estampándose en símbolos perfectos sobre una hoja que nunca compré.
El cursor titilando adelante de cada palabra me pide más, insaciable. Y yo lo complazco sin miedo. Le ofrezco todo lo que pienso y él lo transforma en palabritas.
Los pensamientos siguen brotando como agua de manantial, claros y tangibles en mi cabeza. Y es cuestión de milisegundos para que mis manos reaccionen como soldados listos para salir de la trinchera y aprieten los gatillos. Clac, clac, clac, clac, clac. Balazos certeros.
Sigo escribiendo. No paro. Salvo que el cigarrillo me llame y me devuelva a la cordura al menos por una seca.
Más letras abarrotadas buscan salir y acomodarse en grupos legíbles y coherentes para aportar a la causa.
De pronto recuerdo al viejo William Forrester sentándolo al imberbe Jamal frente a la máquina de escribir, para que escriba. Y comienza a escribir. Y le dice.
"Dale. Empezá a golpear esas teclas"
.
El chico se detiene a pensar qué escribir, y el viejo diablo que sabe más por diablo que por viejo, suelta una delicia.
"No, pensar no... pensar viene después. [...] La primera regla para escribir es... escribir, no pensar"
.
Un manjar.
Y yo me regocijo con lo que preparo cada vez que me siento frente al teclado. Con los olores que desprenden las sílabas, y los colores de los puntos y las comas. Un toque de acentos y comillas. Ingredientes frescos, para una ensalada divina.
Y ustedes, mis comensales preferidos, pensarán: "Qué imprudente este aprendíz de cocinero, fumando mientras trabaja".

Cita a las 21.

Te pasé a buscar por tu casa.
Hermosa casa, debo decirte.
Igual que vos.
Estabas divina, simple, natural.
Caminamos, nerviosos.
Era nuestra primera vez.
Y las primeras veces siempre son engañosas.
Subimos. Nos sentamos.
Disfrutamos de las imágenes. Del diálogo. De las historias.
Tres historias diferentes. Pero conectadas.
"Qué ironía", digo yo.
Qué hayamos repetido el mismo error tres veces.
Pero no me arrepiento de responderte ese beso a oscuras.
Ni de haberte besado otra vez. Ni de haberme invitado a tu departamento.
Lo que siguió fue lo que nos mantuvo unidos casi dos años.
Una noche de conexión entre tu piel y la mía. Entre mi sexo y el tuyo.
Calientes.
Sudados.
Sedientos.
Vacíos.
Pero llenándonos.
De pasión.
De frenetismo.
De lujuria.
De deseo.
Incontrolables. hasta que salió el sol.
Lo qué pasó después...
... es otra historia?

Mi primer café.

Te miré. Estabas sentada en el escalón de la entrada del edificio frente a mi casa.
Mirabas para adentro del edificio y supe que esperabas a alguien.
La gente pasaba por delante tuyo. Y vos esperabas.
Y yo no dejaba de mirarte.
Sentada, sola.
Parado, solo.
Solos.
Abrí la puerta de calle y me quede parado en el escalón de la entrada.
Seguía mirándote.
Tu pelo negro noche, y tu piel blanca luna mantuvo mis ojos clavados en los tuyos, color café.
No sé si por instinto o por destino, crucé la calle y me detuve frente a vos. No me importaba a quién esperabas.
Me miraste con aroma a café, y con voz de azúcar me saludaste. Tus palabras, una taza caliente de un nectar oscuro y dulce, me erizaron la piel.
Atiné a contestarte para no beber todo de un sólo golpe. Para saborear esas letras una a una, contemplando el cielo sin estrellas de tu pelo, iluminado por la luz de tu piel.
Luego de un par de minutos a tu merced, nos besamos.
Y ya nada fue igual.

Sobre la creación de un blog.

Por primera vez, y luego de demasiados blogs fallidos, siento que este sitio me sienta bien.
Un tanto por la simpleza del layout (les juro que mientras más bola le dan a ese tipo de cosas, más inconformista se vuelve uno), y otro poco porque he encontrado el enfoque que tanto buscaba para escribir mis cosas.
Por el lado técnico:
Es difícil encontrar un template como la gente y que lo mires, y lo mires, y lo vuelvas a mirar, y te siga gustando. Pero este de a poquito va sumando puntitos cada vez más. Quizá quiera incorporar un header más tarde. Pero por ahora no me hago más problema.
Llegado a este punto, lo importante es focalizar sobre el contenido del blog. Y es aquí donde existe una andanada de temas que he elegido para "hacer funcionar el boliche". Enumerarlos sería un desperdicio, no porque reniegue de sus contenidos, sino porque no abarcaban lo que yo esperaba.
Por tal motivo, este es el momento definitivo. El toque al gol, luego del caño y la gambeta rebuscada.
Así, sin tanto detalle redundante, porque los que importan van a llegar luego, doy inicio a esta nueva aventura. A esta nueva historia.