Des(h)echos de amor una película sin hacer

Era obvio que lo nuestro jamás funcionaría.
Vos, la diosa neurótica del subterfugio.
Yo, un pecador obsesivo compulsivo de tus verdades apócrifas.
Los dos, ambos deshechos por amor, por la falta de audacia y la compañía de más, no terminamos encamados la primera vez que nos vimos.
Obvio, sucedió la vez siguiente: Messenger, llamado y salida al cine. Así de simple nos complicamos la vida.
Lo de tu habitación fue el final sublime del prólogo de nuestra película. Puro arte. Talento mutuo. Sincronización lisérgica sexual de cuerpos, de mentes, de todo. Fuimos lujuria sin pecado. Si existiera el Soma en este Mundo infeliz, nosotros seríamos la fuente única de, como Huxley diría, “la droga perfecta: eufórica, narcótica, agradablemente alucinante, sin ninguna contraindicación”.
Finalmente la noche se agotó, se cansó de nosotros y se fue sin saludar. Pobre de la mañana, que nos tuvo que aguantar un rato más.
Y a partir de ese día, nos aguantamos hasta que no pudimos más. No había acuerdo que pudiéramos cumplir.
Pensar en vos se volvía más fácil. No pensar en mí se te hizo difícil. Silogismo categórico puro.
Che, hablando de cosas puras, a ver… qué sabés de vinos? Probá un Syrah y te vas a acordar de nosotros. Vos con gotitas rubíes de tiempo y yo con litros granates de paciencia. Yo con botellas de ilusiones de cuero y chocolate, y vos con barricas de roble de esceptismo.
Así y todo, nos tomamos todo y de golpe. Y admitámoslo, no por no saber tomar, sino porque lo nuestro era delicioso. Ese néctar era maravillosamente perfecto, mas allá de que mis virtudes fuesen minoría ante mis defectos; y que sin importar lo que vieran mis ojos, ante los tuyos, tus virtudes fuesen simples defectos.
Evidentemente, o no veía muy bien de tan cerca, o vos mirabas de muy lejos. Me quedo con el consuelo estúpido de que la que siempre usó lentes, corazón, fuiste vos.
En fin. El guión de la película sigue con que el pedo romántico que nos supo durar unos meses, se me desvaneció el día que me dijiste que a vos se te había pasado antes. Que te empalagaste, que ya no querías el vino de siempre. Que querías ver la carta. Sola.
Pero el buen gusto, amor, no se borra. No te olvidás de tu comida preferida. Te sabés de memoria la canción que amás. Siempre te ponés esa ropa que tan bien te queda y que siempre te gustó más que cualquier otra. Ves la escena de esa peli que te fascina y repetís sin errores todos los diálogos. Qué buen Cliffhanger, señor guionista.
Siguiendo este camino, y dejando miedos, personas, palabras y pasados atrás, forzamos las casualidades para volver a brindar juntos unas veces más. Por seguir deshechos por amor. Por descubrir que tampoco nos aguantábamos tanta distancia. Por entender que somos extremos, polos opuestos. Y como a la física y la química no hay con qué darle, también brindamos por ellas.
El último beso que sabía a Soma, a Syrah, se disolvió bajo la lluvia que nos empapó como castigo por disponernos a hacer lo que no debíamos. Sin compañía y con más audacia de la que podíamos manejar, intentamos ahuyentar otra noche de Enero y no nos salió. Claro, el arte no se puede copiar. Estábamos pecando con nuestra lujuria simplemente porque nos estábamos mintiendo. Aún sin saberlo.
Sincronizar? Apenas nuestros cuerpos se reconocían. Pero nos importó más el miedo de quedar igual a como nos habíamos conocido. Solos. Deshechos. Y caminamos hacia atrás, confiados de que era en realidad adelante.
A partir de este día, te hiciste cargo completamente de tus divinos dones, y yo, con miedo pero sin fe, me volví un fanático ferviente de vos.
Pero los fanáticos, así como los dioses, no conocen límites, y lamentablemente nosotros jamás tuvimos el gusto.
Nos excedimos. Vos con tus silencios, tus verdades a medias y tus engaños a escondidas. Yo con mi deseo de entender lo que no me podía(s) explicar.
Choqué con una realidad de patas cortas, casi parecido a una mentira, y la tomé como tal. Error.
No quise entender más.
No quisiste explicar más.
Llovía de tristeza esa tarde de Mayo. Y al mirarnos, nos deshaciamos de tristeza y no de amor, como antes. Esa misma tarde nos deshicimos del otro. Los sabores de mi té y tu café se llevaron los taninos de lo que una vez fue nuestro. Y así quedamos, desechos de amor. Sí, sin hache.

0 comentarios: